miércoles, 26 de junio de 2019

Hojarasca



Cuando estaba llenando el vaso, Guzmán sintió esa débil hojarasca que caía sobre su cabeza.  Entonces se levantó de la silla de hierro, sacó el arma que tenía sujeta al cinto y esperó a que  cantara algún pájaro. Cualquiera. No era necesario que fuese un ruiseñor ni un zorzal. Solamente  un pájaro, con un gorrión insulso sería suficiente.
Finalmente lo escuchó, tan patente y real que resultaba insoportable.
Entonces apuntó hacia la casa y disparó tres veces.
Las balas entraron por la ventana de la puerta trasera, dieron contra alguna pared, se sintió un  siseo que fue aumentando en intensidad y la casa empezó a desinflarse.
Poco a poco, fue perdiendo su masa, los costados se hincharon, el dintel se cayó sobre sí mismo  como un anciano que posara su mentón sobre el pecho.
La casa fue perdiendo volumen hasta quedar hecha un amasijo, allí desinflada sobre la grama.
Se guardó el arma en el cinto, Guzmán volvió a sentarse en la silla de hierro, puso una mano en  su pera y siguió pensando. Las hojas seguían cayendo.

Gato Viejo

Entonces le pregunté al tendero si el gato era suyo y me dijo que no. Ante mi insistencia comenzó a molestarse.

- Es un gato viejo -dijo sin una pizca de humor- Hace días que ronda el vecindario y hace dos que eligió mi ventana como guarida. No sé de donde ha salido.

- ¿Por qué no le ha preguntado?


- No sea zonzo -dijo el tendero de mala gana- Ya le he dicho que es un gato viejo. No es seguro que responda y, si lo hace, todo lo que diga serán sandeces. Uno sólo puede esperar que le sobrevenga la muerte o decida marcharse.

- Entonces -arriesgué- si no es suyo podré llevármelo.


- Puede intentarlo. Si lo convence es todo suyo.


Así que me despedí del tendero y salí fuera a intentar convencer al gato.